En un momento único, Gabriel Cichero, la selección y toda Venezuela cruzaron una línea no conocida. Poco importó que los aficionados chilenos atravesaran el borde de su país con San Juan, porque fue la Vinotinto la que emprendió el viaje hacia la gloria, una semifinal de Copa América que premia el esfuerzo de un equipo que decidió dejar de ser un invitado más a este torneo. El gol de Cichero para el triunfo 2-1, en otra señal de que Venezuela no da pelota por perdida, enmarcó la proeza lograda anoche en el Estadio del Bicentenario. Sucedió cuando pocos lo esperaban, cuando la victoria de Chile parecía más probable. Esta selección no sabe de eso, sólo cree en lo que puede hacer y lo hace.
El seleccionador César Farías, usualmente comedido en su festejo, también soltó las amarras y salió con una bandera al campo a festejar con sus muchachos y la afición. Antes de empezar el partido, durante el calentamiento, las dos selecciones conocieron a su próximo rival. En las pantallas del estadio vieron cómo Paraguay eliminó a Brasil en penales, y los miles de aficionados chilenos celebraron.
Se les olvidó que todavía debían ganar el partido que estaba por jugarse. El esperado guión del partido empezó a cumplirse, con Chile en control de la pelota y Venezuela bien ordenada. La presión de la Vinotinto arriba y su línea defensiva adelantada obligaron a la roja a intentar tocar rápido y en poco espacio, con la esperanza de poder triangular para crear algún pasillo o poder meter un pase al vacío. Ningún éxito. Sus tres mejores llegadas fueron cabezazos que atajó Renny Vega en los dos primeros intentos y luego despejó con un salvador manotazo en el tercero. Los defensas vinotinto habían adelantado que, contrario al partido con Paraguay, esta vez ellos tenían ventaja en el juego aéreo. Y así llegó el gol que enfrío los ánimos de los chilenos, aún más que la gélida brisa de San Juan. Oswaldo Vizcarrondo, convertido en los últimos cuatro años en un experto cabeceador ofensivo (siempre lo fue a la defensiva), alcanzó un centro de tiro libre de Juan Arango para desatar una modesta pero sentida celebración con un pequeño grupo de venezolanos en la tribuna popular. Chile dependería de su temple, pero Venezuela estaba dispuesta a hacerle desesperar. Y la roja empezó a desesperarse, pero con su mala suerte porque a pesar de dominar la pelota y arrinconar a Venezuela, parecía estar luchando contra algo más. De la raya le sacaron el gol del empate, y luego el travesaño comenzó a convertirse en parte del encuentro. Humberto Suazo y Jorge Valdivia hicieron estremecer el larguero con remates claros. Luego, en un tiro libre, Waldo Ponce peinó y Vega estaba justo en el lugar preciso en el que podía atajar. Cuando ya el partido parecía un milagro venezolano, el asedio chileno finalmente pagó, con el gol de Suazo, que logró entenderse con el travesaño y empató el marcador. Mala hora para que el "Chupete" rompiera su sequía de goles con la selección austral. Pero la Vinotinto no se dejó amilanar y trató de aprovechar el desbalance que había creado Claudio Borghi en su equipo con los cambios ofensivos. Y lo consiguió con otro tiro libre de Arango, porque con el rebote de Bravo se adelantó Cichero para cruzar la frontera a la gloria.
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El seleccionador César Farías, usualmente comedido en su festejo, también soltó las amarras y salió con una bandera al campo a festejar con sus muchachos y la afición. Antes de empezar el partido, durante el calentamiento, las dos selecciones conocieron a su próximo rival. En las pantallas del estadio vieron cómo Paraguay eliminó a Brasil en penales, y los miles de aficionados chilenos celebraron.
Se les olvidó que todavía debían ganar el partido que estaba por jugarse. El esperado guión del partido empezó a cumplirse, con Chile en control de la pelota y Venezuela bien ordenada. La presión de la Vinotinto arriba y su línea defensiva adelantada obligaron a la roja a intentar tocar rápido y en poco espacio, con la esperanza de poder triangular para crear algún pasillo o poder meter un pase al vacío. Ningún éxito. Sus tres mejores llegadas fueron cabezazos que atajó Renny Vega en los dos primeros intentos y luego despejó con un salvador manotazo en el tercero. Los defensas vinotinto habían adelantado que, contrario al partido con Paraguay, esta vez ellos tenían ventaja en el juego aéreo. Y así llegó el gol que enfrío los ánimos de los chilenos, aún más que la gélida brisa de San Juan. Oswaldo Vizcarrondo, convertido en los últimos cuatro años en un experto cabeceador ofensivo (siempre lo fue a la defensiva), alcanzó un centro de tiro libre de Juan Arango para desatar una modesta pero sentida celebración con un pequeño grupo de venezolanos en la tribuna popular. Chile dependería de su temple, pero Venezuela estaba dispuesta a hacerle desesperar. Y la roja empezó a desesperarse, pero con su mala suerte porque a pesar de dominar la pelota y arrinconar a Venezuela, parecía estar luchando contra algo más. De la raya le sacaron el gol del empate, y luego el travesaño comenzó a convertirse en parte del encuentro. Humberto Suazo y Jorge Valdivia hicieron estremecer el larguero con remates claros. Luego, en un tiro libre, Waldo Ponce peinó y Vega estaba justo en el lugar preciso en el que podía atajar. Cuando ya el partido parecía un milagro venezolano, el asedio chileno finalmente pagó, con el gol de Suazo, que logró entenderse con el travesaño y empató el marcador. Mala hora para que el "Chupete" rompiera su sequía de goles con la selección austral. Pero la Vinotinto no se dejó amilanar y trató de aprovechar el desbalance que había creado Claudio Borghi en su equipo con los cambios ofensivos. Y lo consiguió con otro tiro libre de Arango, porque con el rebote de Bravo se adelantó Cichero para cruzar la frontera a la gloria.
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