Los dos grupos inmigratorios más
importantes en la conformación de la población venezolana después de la época
de la colonización, cumplida entre los siglos XV y XVIII fueron los españoles y
los negros africanos, intensificándose la presencia de estos últimos con el
desarrollo creciente de las plantaciones de cacao en el siglo XVIII. Ellos,
junto con los indígenas, poblaron el territorio nacional e influyeron
decisivamente en la gastronomía nacional, por medio de la fusión progresiva de
alimentos y técnicas, dando como resultado un mestizaje en las ollas de la
cocina similar al que se dio en la sangre, en la lengua y en los estilos
artísticos.
Hay que tener claro que los platos
típicos venezolanos más importantes son fieles representantes del fenómeno del
mestizaje. La hallaca es una expresión visible de este proceso. Cada
ingrediente tiene sus raíces diversas. La hoja de plátano, usada tanto por el
negro africano como por el indio americano, es el envoltorio que la cobija; al
descubrirla, traemos al presente nuestro pasado indígena, pues la masa de maíz
coloreada con onoto es la que nos recibe con su esplendoroso color amarillo;
luego, en su interior se deja apreciar la llegada de los españoles a estas
tierras, por medio de las carnes de gallina, cerdo y res, así como las
aceitunas, alcaparras y pasas.
Según el historiador Francisco
Herrera Luque, la hallaca a diferencia de lo que se ha pensado no tiene su
origen en la abundancia, nació de la tristeza y del hambre y se utilizó como
símbolo de dominación. Este autor respalda la vieja leyenda caraqueña que
señala al Gobernador Don Sancho de Alquiza, como el inventor de este delicioso
plato venezolano.
Durante la gestión de Don Sancho el
antiguo camino de la Marina, que conducía por el cerro hacia el vecino Puerto
de la Guaira, dejó de ser un sendero ancho para embaldosarse con piedras
arrancadas de la montaña. Este trabajo era realizado por los indígenas, los
cuales morían en gran cantidad por el duro esfuerzo que hacían. El gobernador
se entera de la situación y al observar el estado de desnutrición en el que se
encontraban los indígenas que trabajaban a su cargo que sólo consumían una
pasta de maíz, sin sal, envuelta en hojas de plátano, decide que en adelante se
recogerían la mitad de las sobras de todas las casas, destinando la otra mitad
para la alimentación para los cerdos. para que sirvan de guiso y consistencia a
ese pobre mazacote de maíz.
Sin embargo, los ciudadanos,
valoraban más a un cerdo gordo que a un indígena sano, por lo cual los animales
se llevaban la mejor parte. Esto ocasionó que, semanas antes de la navidad, se
desatara una epidemia de disentería, la cual cobró más vidas indígenas que la
mala alimentación que llevaban antes de aplicar la brillante idea del
gobernador.
El gobernador consulta al Obispo
por lo sucedido y este sorprendido asegura que tales acciones no podían quedar
sin castigo, por eso Don Sancho impone a los caraqueños la penitencia de comer
durante todo el mes de diciembre y hasta el fin de los siglos mazacote de maíz
con sobras de picadillo, envueltas en la miserable hoja de plátano que ocultó
la desgracia.
Y los caraqueños cumplieron, sin
embargo, siglo tras siglo los habitantes pagaron su culpa, pero el inocente
obispo no especificó la procedencia ni la calidad de los picadillos, por tanto,
lo que al principio fue bazofia, no lo fue así para los penitentes, quienes
hicieron sus picadillos con buen jamón, buenas piernas de gallina, aceitunas,
tocinos y hasta las sobras de vino que allí conseguían, naciendo de esta forma
la popular hallaca que disfrutamos cada diciembre.
Fuente consultada:
Manuel Taibo (2007). La hallaca,
tan criolla como el camino de los españoles. Recuperado el día 19/12/14 en:
http://www.aporrea.org/actualidad/a47847.html
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