HISTORIA DE LA NAVIDAD

La Navidad en el Mundo, Navidad 2011, Navidad 2012
Historia de la Navidad

1 – Una antigua historia

Desde mucho tiempo antes, Dios había anunciado al pueblo de Israel, por medio de sus profetas, que enviaría un Mesías, un “ungido”, para liberarlo. En el antiguo Israel se ungían a los reyes y a los sacerdotes, de modo que ellos entendieron que Dios les daría un gran caudillo, como el rey David, que les permitiera terminar con la sumisión a los poderosos de entonces, sucesivamente los reyes de Mesopotamia, de Persia, de Grecia o de Roma. Fueron muchos los anuncios; algunos intuían ya el verdadero carácter del enviado de Dios. Los Evangelios hablan del nacimiento de Jesús. Hay que leer bien lo que dicen y no mezclarlo con las leyendas piadosas, que aunque son agradables para contar a los niños, no forman parte de la “Buena Nueva” que Jesús nos anuncia luego con su vida y con su predicación. Los Evangelios dicen pocas palabras sobre el nacimiento, pero dicen mucho sobre el significado de salvación que tiene para nosotros.
San Lucas y San Mateo cuentan cómo fue que Jesús se hizo hombre. San Mateo comienza con la genealogía de Jesús, esto es, diciendo de quién desciende, desde Abraham, padre del pueblo de Israel y padre de los creyentes, pasando por el rey David, el elegido de Dios. Lo que quiere significar esta genealogía es que Jesús es verdaderamente hijo de hombres y mujeres, tiene padres, abuelos, bisabuelos, como todos nosotros. Pero también tiene otros mensajes menos evidentes, como que entre esos ascendientes hay hombres y mujeres extranjeros o infieles… Como en cualquier árbol genealógico.
Esta es la historia como está escrita. Pero esta historia ha sido contada de padres a hijos y de abuelos a nietos a lo largo de más de dos mil años. Así debe ser contada, para que podamos trasmitir su mensaje de paz, amor y fraternidad universal.

2 – Nace Jesús

Jesús, hijo de José, de la familia del Rey David, y de María, una virgen probablemente del mismo linaje, nació en Belén de Judea, en tiempos del emperador César Augusto, del gobernador de Siria Cirino, y del Rey Herodes de Judea. Los datos históricos aportados por los Evangelios de San Lucas y San Mateo permiten situar el nacimiento en el calendario de los hombres.
Estos dos evangelistas cuentan cómo fue, sin dar más detalles que los imprescindibles para el mensaje de salvación. María recibió la visita del ángel Gabriel que le anunció que tendría un hijo a quien pondría por nombre Jesús. Ella se extrañó porque aun no convivía con su prometido, José, y pregunta al ángel cómo se cumplirá su anuncio. Él le aclara que será obra del Espíritu Santo; por eso, el niño será santo y será llamado Hijo de Dios. Como prueba, le cuenta que su prima Isabel, estéril y ya anciana, ha concebido un niño “porque ninguna cosa es imposible para Dios”. María entonces acepta su maternidad. Por su parte, también un ángel le anuncia a José lo que va a suceder y él recibe a María en su casa.
En ese tiempo el emperador romano mandó hacer un censo y José, con su esposa embarazada, viaja a Belén para anotarse en su lugar de origen y allí permaneció hasta el nacimiento. Como en la sala de la casa familiar no había lugar apropiado, acostaron al niño en un pesebre. Cerca de allí había unos pastores que dormían al aire libre y se turnaban para cuidar el rebaño. Un ángel les anunció que había nacido en la ciudad de David un Salvador, que es el Cristo Señor. La señal para reconocerlo era que el niño estuviera envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En ese momento una multitud de ángeles se unió al primero alabando a Dios. Cuando se fueron, los pastores se pusieron de acuerdo y fueron de prisa a Belén; encontraron a María, a José y al niño en el pesebre. Al verlo contaron lo que habían oído de ese niño y todos se maravillaban. Los pastores volvieron glorificando y alabando a Dios.

3 – María

El Evangelio de San Lucas cuenta el nacimiento de Jesús desde el punto de vista de María. Probablemente haya recibido testimonios de ella misma, directa o indirectamente, por los rasgos íntimos que contiene el relato. Todo lo que informa el evangelista es que María era una virgen que vivía en Nazaret, una ciudad de Galilea, y era novia de José, de la casa de David. No se dan más datos de ella ni de su familia, aunque de su pariente, Isabel, la madre de Juan el Bautista, se dice que era de la familia de Aarón, un linaje sacerdotal.
El ángel Gabriel visita a María y la saluda: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se impresionó y pensaba qué quería decir ese saludo. El ángel la tranquiliza y le dice que Dios estaba contento con ella y que tendría un hijo a quien pondría por nombre Jesús. “Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. Era un anuncio importantísimo porque la hacía a ella madre de un rey, quizá la más grande dignidad para una mujer judía. Y madre del Salvador, un papel único y deseado por todas. Pero ella no se envanece. Sólo pregunta cómo ocurrirá, puesto que no convive aun con ningún hombre; es lúcida y dispuesta. Acepta lo extraordinario y casi inexplicable: es una mujer de fe. Se pone a total disposición: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
María visita luego a su prima Isabel, quien la saluda diciéndole: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno… ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Entonces María responde con ese canto a Dios y sus maravillas, el “Magnificat”, que la hacen al mismo tiempo identificarse con las grandes heroínas judías y mostrar toda su humildad. No es grande ella sino Dios que hizo en ella maravillas.
Cuando los pastores cuentan lo que vieron, dice San Lucas, “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”. María es muy femenina: es religiosa para adentro, vive con intensidad su interior, reflexiona, recuerda. Luego le dirá Simeón: “¡y a tí misma una espada te atravesará el alma!”. Ella sabrá que su gloria como madre del Mesías estará forjada en el dolor. Y sin embargo, el ángel le ha dicho: “alégrate”, y ella canta: “…mi espíritu se alegra en Dios mi salvador”.

4 – José

El Evangelio de San Mateo cuenta cómo fue el origen de Jesús desde el punto de vista de José. Comienza con la genealogía de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham, por vía masculina, hasta José, “el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo”. Cuando José supo que su novia, María, estaba embarazada sin que hayan estado juntos, pensó en cortar relaciones con ella en secreto, sin denuciarla como decía la ley, porque él era un hombre muy bueno y eso podía costarle la vida a ella.
Entonces se le apareció en sueños el Ángel del Señor y le dijo que se case con María porque el niño que venía era obra del Espíritu Santo. Agregó que debía ponerle por nombre Jesús, que en hebreo quiere decir “Yahvé salva”, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando despertó, José hizo lo que le mandó el Ángel: llevó a María a su casa y no tuvo relaciones con ella hasta que nació el niño y le puso por nombre Jesús. José es el primero, fuera de María, que conoce lo que va a pasar: él acepta ser guardián del misterio sin ningún protagonismo. José es un hombre de fe, es un hombre obediente en el más profundo sentido de la palabra, que busca hacer la voluntad de Dios; es un hombre valiente que se juega por su mujer y su hijo.
José lleva a María a Belén, la ciudad de David, a empadronarse por mandato de César Augusto. Allí permanece hasta que nace Jesús. Más tarde, el Ángel le avisa también que el rey va a buscar al niño para matarle. Como le instruyó el Ángel, tomó de noche a María y al niño y los llevó a Egipto donde permanecieron hasta que murió Herodes. La familia se convierte así en inmigrante hasta que el Ángel, otra vez en sueños, le informa que puede volver a Israel porque han muerto quienes querían matar a Jesús. Y José emprende el camino de regreso con Jesús y su mamá.
Otra vez, mirando qué es mejor para ellos, elige vivir en Nazaret de Galilea y no en Judea, donde no estaban seguros. José es un padre y esposo cuidadoso y diligente. José “era justo”, dice San Mateo; eso quiere decir que era santo. Un santo para custodiar el misterio del Hijo de Dios hecho bebé. Un santo para que la familia esté completa y el Niño crezca en un ambiente de paz, de fidelidad, de amor. Un santo para aliarse en complicidad con el plan del Padre. Con él se puede contar.

5 – Ángeles, pastores y Reyes Magos

Cuando nació Jesús, el Ángel del Señor se presentó ante unos pastores que cuidaban su rebaño en un lugar cercano. Dice el evagelista San Lucas que “la gloria del Señor los envolvió con su luz; y se llenaron de temor”. Esto es, la presencia de lo sagrado los deslumbra y no comprenden en un primer momento. Pero el ángel les dijo que les anunciaba una gran alegría “que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor…” La alegría, entonces es para todos, aunque ellos, modestos pastores, pobres, en medio de su trabajo, fueron elegidos para ser los primeros en recibir el anuncio.
El ángel dice: “os ha nacido”, y esto es que el Niño es de ellos, para ellos; Jesús les pertenece desde el comienzo de su vida. Y les dice también claramente que es el Cristo Señor: el “ungido”: sacerdote, rey; y Dios: sólo a Dios se le llama “Señor”. El misterio de un Dios recién nacido es presentado sin más a los pastores. La señal de ese hecho totalmente extraordinario es un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. ¿Cómo puede contenerse tanta maravilla en una figura tan corriente y ordinaria como esa?
Luego, dice el evangelista San Lucas, “una multitud del ejército celestial”, o sea de ángeles, se juntó con el primero y alababa a Dios: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace”. Parece decir que la paz de Dios es para esos hombres sencillos: ese es el mensaje que más tarde expresará Jesús repetidamente.
Los pastores fueron a Belén y encontraron al Niño tal como les dijo el ángel. Y ellos contaron a todos lo que habían visto y oído: ellos se convirtieron en anunciantes del misterio de la Navidad, y todos los que los oían “se maravillaban de lo que los pastores les decían”.
Por su parte, el evangelista San Mateo cuenta cómo unos magos, o sea unos hombres sabios, probablemente astrónomos, que venían de Oriente, se presentaron en Jerusalén preguntando dónnde estaba el rey de los judíos que había nacido, pues habían visto su estrella en Oriente y venían a adorarle.
El rey Herodes se asustó pues temió por su trono. Reunió a todos los que pudieran aclararle dónde tenía que nacer el Cristo. Los estudiosos le informaron que las Escrituras decían que nacería en Belén de Judá. Entonces preguntó a los magos cuándo habían visto la estrella y les pidió que, cuando encontraran al niño, le informaran para ir él también a adorarle.
Los magos partieron y la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos y se detuvo sobre el sitio en que estaba el niño. Ofrecieron al pequeño sus dones de oro, incienso y mirra que fueron interpretados como símbolos de su reyecía, su divinidad y su humanidad, respectivamente. Y le adoraron. Ellos, que no pertenecían al pueblo de Israel, son el anticipo del alcance ecuménico del anuncio del Evangelio.
Al momento de volver a sus tierras, fueron avisados por un ángel de que lo hagan por otro camino, evitando la capital, a fin de no dar a Herodes las señales que pedía. Y fueron obedientes a ese pedido protegiendo la vida de Jesús.

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